miércoles, 17 de diciembre de 2014

Yo tuve la fortuna de conocer a un héroe sencillo

Leyendo la prensa digital veo un articulo en SIERRA NORTE DIGITAL.  de Francisco Torres, profesor y escritor especializado en la División Azul.
Por su especial interés y humanidad lo traigo a este blog.


Yo tuve la fortuna de conocer a un héroe sencillo


Un correo electrónico en algunas ocasiones te deja sin palabras y hace que los recuerdos desfilen ante tus ojos. Nunca le agradeceré lo suficiente a Néstor que, en momentos de dolor, se haya acordado de mí.
Gracias a él puedo dar el último adiós a uno de mis más valientes y admirables Soldados de Hierro, José Antonio Ramos, voluntario de la División Azul, herido muy grave en Krasny Bor, once años preso en los campos de concentración soviéticos, Vieja Guardia de la Falange, miembro de la Acción Católica; el hombre al que Garcia Rebull, en unas notas reservadas sobre el comportamiento de los soldados españoles cautivos, añadiría de su puño y letra la calificación de “muy bueno” que solo tuvieron unos pocos, porque el “pequeño Ramos” fue allá, donde más difícil lo era, un héroe a diario.

Hace muchos años, casi tres décadas, un viejo amigo ya fallecido, Alejandro, me dijo: quieres conocer a un valiente. No lo dudé. Unos días después me encontraba con José Antonio. Y allí con una grabadora de cinta de por medio -alguno de mis lectores ya ni sabrá a lo que me refiero- me fue desgranando su vida, narrándome una década de sufrimientos que habían quedado en su memoria. Todavía le dolían las heridas de Krasny Bor, cuando al caer prisionero, pese a saber y ver que los rusos remataban a los que no podían andar -un año antes los prisioneros eran directamente pasados por las armas-, quería poner fin al sufrimiento de una muere lenta, pero su teniente, Honorio, no le dejó, le ayudó a continuar arrastrándose, pero sin caer.

José Antonio era un hombre de tremenda fe. Me recordaba la persecución, la vida en la Murcia roja, su participación en la liberación de la ciudad antes de que entraran los nacionales. Aquel chico de la Acción Católica de Santa Eulalia nunca perdió la fe. Me confesaba que él nunca creyó que pudieran salir del cautiverio en los campos de concentración soviéticos, pero nunca perdió su fe, allí rezaba siempre. Para mí que Dios le dio fuerzas. El pelo se le quedó prematuramente blanco y los presos le llamaban “el profesor”. En dos o tres ocasiones me relató el “favor” que le hizo un médico en el campo llegándole a diagnosticar tuberculosis. Lo hizo para intentar alargar su supervivencia y volvió a España creyendo que tenía una enfermedad que entonces se consideraba casi mortal. Poco después volvió a tener noticias de aquel doctor alemán que le explicó lo acontecido: “y yo en aquel hospitalillo, conviviendo con los esputos y utilizando las mismas cucharas. Lo que no sé es cómo no enfermé de verdad”.

José Antonio fue de los primeros en alistarse. Algunos no creían que tuviera el valor para hacerlo. Le decían, dada su religiosidad, que “olía a cera”. Pero el pequeño Ramos consiguió plaza y acabó en la 4ª Compañía del 263, era de los más jóvenes. Había recuperado sus estudios de peritaje y con su hoja de servicios tenía abiertas todas las puertas, pero…

A finales de marzo de 1943 ya estaba en el lugar de concentración para volver a España, habían dejado aquellos hombres sus equipos de invierno. El general Esteban Infantes ordenó retrasar la salida ante el inminente ataque soviético en Krasny Bor. La situación de la División Azul, situada en el punto de ruptura, era crítica. Dicen que se pidieron voluntarios entre los que iban a volver y Ramos volvió a su unidad sin botas de invierno. En la noche del diez de febrero su compañía avanzó, su capitán resultó mortalmente alcanzado. Al ver al pequeño Ramos el teniente Martín le ordenó que cogiera las botas del capitán: “yo no quería, pero Martín no cejó… aquellas botas irían conmigo”. En aquel avance quedaron cercados formando en cuadro con las máquinas apuntando a los cuatro puntos cardinales hasta quedar sin munición.

Dura muy dura fue la vida en los campos, pero nunca percibí en su relato odio o resquemor. Incluso con aquellos otros españoles, alguno de su propia provincia que le tomó especial inquinia, desertores o antiguos republicanos, que fueron sus guardianes. En una ocasión le pregunté por aquellos hombres. Me dijo: “no quisiera yo…” Y desconecté la grabadora. Guardaba muchos secretos porque fue de los insobornables, hasta tal punto que Muñoz Grandes, una vez en España, le llamó en varias ocasiones, tenía que prestar declaración sobre el comportamiento de los oficiales. Me consta que fue sincero, que contó lo que había vivido aunque desmitificara a personas. Le ofrecieron puestos de confianza, que se quedara en Madrid… pero quería seguir en Murcia, volver a la vida, recuperar los años perdidos, formar una familia… pensó en retomar sus estudios pero se veía muy mayor por lo que en 1954 iniciaba su carrera profesional.

En varias ocasiones las lágrimas asomaban a sus ojos y teníamos que parar porque se hacía realidad todo lo sufrido. Me relataba el dolor de su madre primero cuando se dio por vencida y admitió la muerte -conservaba su esquela-, después la alegría de saber que estaba vivo. Guardo copia de unas fotografías, como la que ilustra este recuerdo, de su retorno: en Barcelona con su padre y su hermano. Fue un encuentro entre el padre y el hijo, conmovedor hasta tal punto que aparece en el reportaje realizado por NODO, Retorno a la patria, de la llegada del Semíramis. Una fotografía en la que su padre le coge la cara con las dos manos, con los rostros desencajados, fue premio periodístico. La última vez que le vi lamentaba haberla perdido. Yo le había localizado algunos documentos y le prometí encontrarla. Finalmente la conseguí pero no he podido entregársela. Tengo otra foto de aquella noche en Barcelona de los tres, el padre con sus dos hijos, y lo trascendente es que los rostros siguen desencajados: “mi padre me cogió la mano y no me la soltó hasta que llegamos a Murcia”.

Retornó con sus compañeros como un héroe. Las Juventudes de la Acción Católica con su estandarte al frente fueron a recibirle en el límite de la provincia. A hombros entró en la Catedral  y él, pese a su natural modestia, gritó a pleno pulmón:  ¡Viva Cristo Rey! Y allí estaba su madre. También guardo varias fotografías, simiente para un nuevo libro, de aquel encuentro de la madre con el hijo. Había guardado como un tesoro sus cartas y sus postales.

En una ocasión le acompañaba una de sus nietas. Yo le comenté ¿sabes que tu abuelo fue un héroe? Y él, naturalmente, sonreía con su proverbial no fue para tanto. Deberían haberle dado la Medalla Militar Individual, pero… En mi última visita musitaba: “yo ya quiero descansar”. Me admiraba su serenidad al decirlo como hombre de fe que sabe que la vida comienza después. Se ha ido rodeado de los suyos -como a todos nos gustaría marchar-, tranquilo y sereno, diciendo que iba a ver a sus padres.

Queda para su familia el ejemplo, su vida, su dedicación. Para mí, además del recuerdo, la gratitud por compartir retazos de su vida conmigo. Sus confesiones: en realidad los que resistimos siempre fuimos muy pocos; y me recitaba los apellidos como una letanía bien guardada para que yo no olvidará su testimonio.

El testimonio sin importancia de las heroicidades: como aquella huelga de hambre en el campo de concentración soviético mantenida durante días, con torturas para hacerles comer a la fuerza, en la que a pesar de llegar a la debilidad suma, cuando los rusos pusieron bidones con comida caliente a las puertas de la barraca se levantaba para ir a tirarlos al suelo. Testimonio de la desesperación de ver a quien en el hospitalillo llegó a cortarse las venas a mordiscos. Testimonio de un resistente que no se rindió el día que fue hecho prisionero. Testimonio a veces increíble de ir a trabajar cantando el Cara al Sol -“a los rusos les entusiasmaba hacernos cantar”- hasta que alguien explicó al jefe comunista qué era aquella canción -“nunca más supimos de él-.

José Antonio, allá donde estés, desde estas líneas, desde las páginas que las acojan, un lacónico ¡Presente!; cinco rosas y una oración. Eso es todo y es mucho. Eso sí, quedamos en el cielo para que me sigas contando cosas.



Autor Francisco Torres

miércoles, 29 de octubre de 2014

UNO DE TANTOS

EL PASADO MES DE OCTUBRE SE CELEBRO UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL SETENTA ANIVERSARIO DE LA DIVISIÓN AZUL. A EL ASISTIERON IMPORTANTES PERSONALIDADES DEL MUNDO INTELECTUAL Y MILITAR ESPAÑOL, ASÍ COMO PERSONALIDADES ACADÉMICAS NORTEAMERICANAS Y DE LA EXTINTA UNIÓN SOVIÉTICA. DE EL NOS HEMOS PERMITIDO ENTRESACAR UNA DE LAS COMUNICACIONES QUE SE LEYERON:





HISTORIA DE UNO DE TANTOS:


Buenos tardes:
            Mi nombre es Manuel Maqueda, hijo orgulloso de la historia del voluntario Fernando Maqueda Valbuena, Voluntario de la primera hora, enrolado en las filas de la division a raiz de aquella famosa frase de “RUSIA ES CULPABLE”
            Hablo en nombre de mi padre hoy dia un anciano cuya salud le impide venir aquí a contaroslo en persona, tambien hablo en el nombre de muchisimos divisionarios anonimos, que he conocido a lo largo de mi vida.
Divisionarios que al acabar la guerra regresaron a sus quehaceres civiles, sin reclamar prevenda alguna por su paso en la division.
Estos divisionarios ven hoy dia , los pocos que quedan entre nosotros, enturviada la realidad del porque fueron a luchar a tierras lejanas contra la bestia roja, en su propia guarida.
Ven como la verdad, su verdad, es sacrificada en aras de la correccion politica, incluso algunos descendientes de ellos se permiten el atrevimiento de protituir su memoria, falsificandola miserablemente, tan solo para recibir algunas monedas del actual staff de manipuladores historicos. Sostenidos , no por sus meritos, si no, mas bien         por su servidumbre a politicos sin escrupulos.


En defensa de la memoria de mi padre y la de la mayoria de los voluntarios, es por lo que cuento su historia. Historia que no es producto de la imaginación, si no de la memoria, memoria que ademas esta perfectamente documentada y por lo tanto es verificable .
Sin mas paso a dar la palabra a este divisionario que en realidad cuenta su historia pero podria ser la de cualquier otro divisionario

Fernando Maqueda
Nací  en Badajoz el 28 de agosto de 1920. Soy hijo de Daniel Maqueda, un ingeniero agrónomo y de María Valbuena, ama de casa. La guerra me sorprendió en Madrid cuando estudiaba el bachillerato en el Instituto San Isidro, uno de los más antiguos de España, si no el que más. Al ser mi padre ingeniero, y católico, la seguridad familiar empezó a estar amenazada. El peligro y el acoso de las milicias rojas aumentaban día a día. Los registros y vigilancias eran constantes y por ello mis padres decidieron huir a Barcelona donde pasaríamos desapercibidos. Allí mi padre tenía algunos amigos. Una vez en Barcelona mi padre me matriculo en el instituto lo que me hizo visible a la administración, ninguno pensabamos que eso podria tener consecuencias negativas para mi, sin embargo las cosas marchaban mal en la zona roja y pronto la republica echo mano de los niños para defenderla, eso hizo que  los rojos me movilizaron por mi edad  en la famosa quinta del biberón., del 41- mientras la cosa se redujo a la instrucción y a labores de retaguardia soporte el estar en un ejercito que evidentemente no era el mio,

Recien acabada la guerra civil

Y menos después de ver escenas en la retaguardia que manchaban todo aquello en lo que yo habia sido educado y que atacaban frontalmente mis creencias, no ya religiosas , si no simplemente humanas. en mayo de 1938. Me enviaron al frente a una unidad que entró en fuego al comienzo de la batalla del Ebro. Cruzamos el río y traté de aprovechar algún descuido para pasarme al bando nacional pero no lo conseguí; era muy peligroso. La oportunidad tardó en llegar pero al final lo logré el 5 de enero de 1939 cuando mi batallón guarnecía un pueblo en el frente de Artesa de Segre, en Lérida. El pueblo se llamaba Tudela de Segre. Los nacionales habían comenzado su ofensiva para la liberación de Cataluña y empujaban fuerte hacia el Este. Por la parte de Artesa de Segre comenzó la preparación artillera nacional y entre las fuerzas rojas la moral y la tensión en la vigilancia decrecían. Al amanecer se corrió el bombardeo hacia nuestro sector y aproveché la oportunidad para cruzar la tierra de nadie hacia zona nacional. No fui el único. Nos llevaron a los pasados y a prisioneros republicanos en un campo de concentración en León. Allí estuve unos 15 días, el tiempo necesario para que se aclarasen mis antecedentes. En mi caso no fue difícil porque tenía a dos hermanos combatiendo a las órdenes del Caudillo. Tras otra breve estancia en un campamento de Milicias nacionales, precisamente en Valladolid, en Olmedo, me incorporé a una bandera de Falange de mi tierra, concretamente a la 3ª Bandera de F.E.T. y de las J.O.N.S. de Badajoz. Fue justo a tiempo para participar en marzo de 1939, como reserva, en las roturas de los frentes de Córdoba y Granada. Estando en esta provincia llegó el final de la guerra. Aquel mes con los nacionales me supo a poco ya que mi familia sufrió muchísimo durante la guerra. Varios miembros de mi familia fueron asesinados de forma horrible.
Continué movilizado en esta 3ª Bandera –luego se reconvirtió en un Regimiento de Infantería, el Oviedo nº 8- a la vez que preparaba el examen de ingreso para Derecho en la Universidad Central de Madrid, a donde había regresado mi familia. Opté por Derecho cuando en realidad lo que a mi me gustaba era el tema de los números, pero en aquel entonces no existía la carrera de Económicas. Allí, en la Facultad, me afilié al SEU y, como era bastante bueno en deportes, acabé siendo el delegado de la Facultad en esa materia. Por aquellos años conocí a Manuel Fraga Iribarne; recuerdo que quería hacer todo de la misma forma que habla, es decir a la carrera. Precisamente, cuando se entrevistó conmigo quería apuntarse a carreras de obstáculos; yo le dije que lo primero era aprender a correr y luego podría saltar en condiciones. Este Manuel era muy cabezón y se empeñó en que no, que él quería empezar desde arriba, al final pasó lo previsible; acabó con una pierna rota y sin correr.

Realizando estas labores, centrado en mis estudios y en mis deportes, llegó aquel verano del 41 cuando los alemanes invadieron la URSS. No me lo pensé ni un minuto, recuerdo que ni los libros recogí, se formó un gran tumulto en el hall de la facultad y salimos en manifestación hacia la calle Alcalá. A medida que avanzábamos se sumaba mas gente hasta ser una manifestación multitudinaria. Cuando llegamos frente a la Secretaría del Movimiento Serrano Suñer nos arengó en la lucha contra el comunismo; la verdad es que no hizo falta, pocos eran los que no tenían cuentas pendientes contra los comunistas. A los pocos días se habilitaron los banderines de enganche, yo tuve suerte ya que fui de los primeros en acudir junto a mis camaradas del SEU, por lo que pude ir en las listas sin problemas. A las pocas horas el cupo previsto se cubrió y a más de uno le tocó viajar a provincias para intentar alistarse, eso o recurrir al socorrido enchufe para conseguir un hueco. Por tanto soy de la primerísima hornada de la División Azul.

Hospital de koniesberg

Koniesberg

Se han dicho muchas necedades sobre los voluntarios de la division azul, por ejemplo que eramos nazis. Ó que fuimos obligado; no me he planteado nunca conflicto alguno por haber luchado en la Wehrmacht, no hice la campaña rusa en defensa del nazismo, fui en defensa de Europa contra el comunismo. Dejé mis estudios sólo por este motivo. Hoy día la gente joven, no entiende lo que fue aquello, no se leen mas que tonterías. En aquel entonces aquel suceso fue como un chispazo que hizo que toda la juventud de España quedara electrizada, todo el mundo quería alistarse, fue como si todos a una le hubiéramos declarado la guerra al comunismo soviético. Los horrores de esta gente estaban demasiado frescos en la memoria de todos, además habían salido a la luz episodios espeluznantes de los comunistas durante nuestra guerra. España entonces era pobre, nos faltaba de todo menos “corazón y pelotas” como decía por aquel entonces [José Antonio] Girón de Velasco.

Salimos de Argüelles, no recuerdo el nombre del cuartel y fuimos a embarcar en los trenes que nos llevarían al frente. Radio macuto [la rumorología militar] echaba humo, todos teníamos prisa porque según los macutazos la guerra estaba a punto de acabar y no llegaríamos a tiempo de intervenir. Eso para nosotros era desesperante; constituía un deshonor no poder estar en el campo de batalla. Gracias a Radio macuto, ya se sabe, todo noticias y ninguna fiable, nos veíamos arrasando a los soviets montados en esos tanques enormes que salían en los noticiarios y en la prensa; qué chasco nos llevamos después al ver que nuestros tanques tenían cuatro patas y rabo.


Convaleciente, Koniesberg

En Grafenwöhr me destinaron como fusilero a la 1ª/269º. Al llegar al frente la animación empezó rápidamente. Mi compañía operó en la <<Cabeza de Puente>> que formamos los españoles al otro lado del río Volchov. Yo era cabo de Infantería pero tuve que hacer las funciones de sargento porque rapidamente nos quedamos sin mandos . Los rusos no eran los rojos españoles del final de nuestra guerra. La cosa pronto se puso fea; cuantos más rusos tumbábamos más rusos salían de los bosques, aquello parecía no tener fin. A pesar de lo feo que estaba el asunto gozábamos de un excelente sentido del humor y en los escasos días que los ruskis nos dejaban tranquilos aprovechábamos para hacer escapaditas a los pueblos cercanos. Aquella población nos tenía cautivados, era increíble lo pobres que eran y sin embargo se sumaban a nuestros saraos y siempre aparecían con algunas patatas o algo para cambiar. La verdad es que aprendimos más de ellos a protegernos del frío que lo que decían los instructores y oficiales nuestros. Me atizaron pronto, cinco días después de ganar la Cruz de Hierro. Fue en Possad, el 15 de noviembre del 41. Un balazo ruso me atravesó el hombro izquierdo y me salio por el brazo; creo que fue desde una ventana, no sé, cuando estás en mitad del fregado no te enteras muy bien. Al final, aquel insoportable frío me salvó la vida, estábamos tan rodeados por el enemigo que no nos podían evacuar de inmediato. Había que esperar a que se reuniera una expedición de heridos y escolta para las ambulancias. El frío hizo que tanto el agujero de entrada como el de salida se congelaran por lo que pude aguantar hasta ser evacuado sin tener infección en las heridas. Aquellos días perdí un montón de buenos camaradas pero cuando se lucha por un ideal la muerte no es el final, yo tan solo he ganado unos años más, hoy día ya me falta poco para reunirme con ellos y volver otra vez en busca de panienkas. Me enviaron al Hospital de Campaña y de allí a Königsberg. Aquí primero estuve en un hospital alemán aunque pronto abrieron uno exclusivo para la División Azul. Allí trataban de curarnos pero tampoco es que nosotros se lo facilitásemos a los médicos. Formamos una cuadrilla de heridos y nos escapábamos del hospital a disfrutar de la ciudad. El oficial medico se cabreó bastante la primera vez que nos pillaron, la segunda nos amenazó y a la tercera nos devolvió al frente sin terminar de curarnos. Esto nos dio otro motivo de juerga, ya que nuestra pinta -llenos de vendajes- espantó a los alemanes. Se hacían de cruces al vernos medio convalecientes camino del frente, pero claro, ellos no sabían el motivo de tan apresurada devolución.


Koenisberg

Mis peores enemigos fueron el barro y el frío. Lo cierto es que cuando empezaba a helar los españoles lo agradecíamos. No pasábamos tanto frío y penalidades como en el tiempo en que el asqueroso agua-nieve lo cubría todo. En el otoño o primavera, en cuanto subía la temperatura, aparecía esta rasputiza [barro] que era desmoralizadora. Pero claro, una cosa es estar de 0 a -10º y otra es a partir de -20º, cuando lo más sencillo, como hacer tus necesidades, se convierte en una odisea. Horrible y muy complicado era realizar cualquier operación de mantenimiento de armas, ya que si lo hacías con manoplas, no había forma de acertar con las piezas ni los utensilios, y si lo hacías sin manoplas era dolorosísimo tocar cualquier cosa metálica. En cambio, con la alimentación no sufría tanto como otros compañeros. Nunca he sido persona de mucho comer y me bastaba con el rancho que nos daban sin perjuicio de que, dada mi afición a las escapadas hacia retaguardia, completase la comida con productos de la tierra que conseguíamos mediante el trueque: leche por tabaco y caramelos; dos pollos por calcetines o un jersey militar. La ropa para el mercadeo la conseguíamos de las formas más inverosímiles; éramos el terror de la intendencia, ningún depósito estaba a salvo cuando rondábamos cerca. Y también hacíamos uso de restos del uniforme de los heridos que evacuaban hacia retaguardia. Lo hacíamos porque si volvían al frente la intendencia les proporcionaba ropa nueva y, si no volvían, pues todos tranquilos. El dinero y las cosas personales, cartas, etc., claro está, se las entregábamos al sargento para que lo enviasen a España a la familia, pero su ropa nos la repartíamos. No estábamos para devolverla a la intendencia y para nosotros resultaba muy útil.

Paris, a la vuelta

            Esto es lo que quiero contar de mi estancia en la División Azul. No estoy para recuerdos. Mi cabeza está fallando y los momentos de lucidez son cada vez más escasos. Me condecoraron con varias Medallas, entre otras con la Cruz de Hierro, 2ª Clase, con la Medalla de Sufrimientos por la Patria y con el Distintivo de Herido alemán, una placa negra. Fui uno más de entre los voluntarios. Tengo derecho a recibir el pago de dos pensiones, una del ejercito alemán y otra del español, pero nunca las he reclamado; a Rusia no fuimos a ganar dinero, si no a librar al mundo del comunismo. Me hubiera parecido inmoral el reclamarlas.

                                           


camino a España

Al volver a España, después de tanta guerra, continué con mis estudios interrumpidos y acabé mi carrera en la Universidad Central [la Complutense] de Madrid. Recuerdo un incidente, para mi bastante gracioso. Un día, en casa de mis padres, se presentó en mi busca una pareja de números de la Guardia Civil ya que figuraba como prófugo en los archivos militares. Les recibí en pijama por lo que les pregunté a los guardias si no les molestaba que me cambiara y ellos amablemente accedieron. Cuando volví a salir, a los pobres por poco no se les cae el fusil al suelo; como de un tema militar se trataba salí vestido de militar, con todas mis condecoraciones por supuesto. Los pobres no sabían que hacer, se excusaron y decidieron no llevarme ya que tenía mayor rango que ellos; aun así les acompañé y la cosa fue divertidísima porque hasta que no se arreglaron los correspondientes papeles, resulto que yo era un recluta “Cabo” al que los instructores debían de saludar cada vez que se cruzaban conmigo. El Capitán de la Compañía, lógicamente, decidió darme permiso indefinido hasta que se arreglaron los papeles porque, según él, “así no hay quien instruya a los reclutas”. No acabo aquí mi vida militar ya que entre tanto hice la IPS [Instrucción Premiliar Superior] primero como sargento de complemento y después como alférez de complemento, licenciándome como tal en septiembre de 1946. Se dice pronto, desde que me movilizó la República hasta que me licencié como alférez de la IPS en septiembre de 1946 –cuando estaba destinado en el Regimiento de Infantería Tarragona nº 43 de guarnición en Pontevedra- he tenido 8 años de vida militar.

volviendo al frente

Pude entrar a trabajar en la empresa Huarte y Cía., que fue una de las contratistas de las obras del Valle de los Caídos. Casi todo lo que se cuenta hoy día sobre la construcción del Valle es mentira. Allí no hubo decenas de miles de obreros esclavos, yo por mi trabajo tuve acceso a las plantillas y en total los obreros del Valle fueron unos cinco mil y eso durante los varios años que tardó en construirse. Es más, los presos eran minoría y dentro de ellos la mayoría eran presos comunes siendo unos pocos centenares los políticos. La gente piensa en las películas de las construcciones de las pirámides, eso está muy alejado de la realidad, lo que allí hacía falta eran especialistas, la maquinaria que empleábamos era puntera en aquel entonces y necesitaba de gente cualificada y no de mano de obra sin especialización. Una de mis misiones fue la de viajar por España para contratar obreros especializados para las obras del Valle. En los primeros tiempos me consta que hubo penados de la República y delincuentes comunes que redimieron pena trabajando. Pero nadie piense en campos de concentración; se construyó un poblado con escuela, casa de socorro y todos los servicios que compartían tanto obreros libres como penados. Todos ellos cobraban un salario que estaba por encima de lo que se pagaba en el resto de España. Alguno de los presos, una vez libres, se quedaron a trabajar en el Valle. Se han dicho muchas falsedades sobre este magnífico Monumento a la reconciliación de todos los españoles. Murieron sólo 14 obreros en su construcción, y lo más bonito es que bajo esa gran Cruz de Cuelgamuros hay enterrados 35.000 españoles de ambos bandos; los monjes rezan por ellos. Es hermoso que juntos reposen los que un día se enfrentaron en los campos de batalla.

San Sebastian, bien rodeado

Soy admirador del Caudillo, de la guerra que ganó contra la anarquía y el caos de la Revolución; de la obra de su régimen y del desarrollo que trajo a España. Pero la verdad es que nunca me ha interesado la política en especial. En la universidad estuve en el SEU como encargado de deportes, pero era debido a que me gustaba el deporte más que hacer ningún tipo de política. Acabada la carrera abandoné el SEU y cualquier actividad política. Nunca perdí el contacto con la División, siempre pagué mi cuota en la Hermandad de excombatientes, aunque reconozco que pocas veces hacía acto de presencia salvo con dos amigos y camaradas; uno de ellos el entrañable Guillermo Ruíz Gijón. Él era de otra unidad, de Esquiadores, pero hicimos gran amistad y esporádicamente me llevó a la sede de la Hermandad de veteranos. La verdad es que, una vez casado, me dediqué al trabajo y a la familia. He leído, eso sí, algunos libros sobre la División Azul; mis favoritos son los de Tomas Salvador, Fernando Vadillo y “Embajador en el infierno” de Luca de Tena. Acabé mi vida laboral en una filial de Huarte, en una constructora hispano-belga que fue la que desarrolló urbanísticamente la Manga del Mar Menor, en Murcia.
Alferez de complemento
En 1956 contraje matrimonio con Concepción Lorenzo Lara. Persona a la que desde aquel año uní mi destino. Ella, durante la guerra permaneció en Madrid y también fue acosada por el terror rojo ya que su padre, don Vicente, era médico y eso le hacía sospechoso de faccioso. Cierto es que los milicianos no andaban descaminados porque este médico ejemplar, que gozaba de una buena casa en la calle Relatores, se dedicó a salvar vidas durante la guerra. La fórmula era sencilla, la casa daba la vuelta sobre si misma teniendo dos puertas y Don Vicente partió la casa en dos dejando una habitación secreta en el medio. Cuando los milicianos registraban la casa nunca encontraban a ningún refugiado en ella, por más que la malnacida de la portera se chivara una y otra vez. Llegaron incluso a tenderle trampas mandando falsos refugiados de parte de la quinta columna, pero Don Vicente, muy avispado, jamás cayó en la trampa. No acogía a nadie si no venía de sus contactos, él los denunciaba, con el resultado de que siempre eran milicianos, de esta forma aunque siempre bajo sospecha burló una muerte segura.
verano, 1942
No tuvieron la misma suerte algunos familiares de mi mujer, ni tampoco su ayudante un joven de 16 años que fue quemado vivo, por pertenecer a la falange, la lista de asesinatos cometidos en aquellos años por los comunistas es interminable y difícilmente imaginable para los que no vivieron aquellos horrores.

 Concepción y yo hemos tenido cuatro hijos varones. Uno de ellos militar y el resto militaron en la Falange de los años de la Transición. Tengo  cinco nietos y mi vida está llegando a su término. Tengo principio de alzheimer y me cuesta ya recordar algunas cosas pero con 91 años bastante bien estoy.
El dia que me toque rendir cuentas con el altisimo, se que una de mis mejores bazas para entrar en el cielo, sera precisamente mi paso por la division azul.


Desfilando ante el ministro


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lunes, 18 de noviembre de 2013

JOSUE ESTEBANEZ

JOSUE ESTEBANEZ  UN HÉROE PERSEGUIDO



En estas paginas sobre épica española, nos hemos dejado en el tintero a muchos héroes de España. Nos seria imposible meterlos a todos, aunque con el tiempo intentaremos ir solucionándolo.
Hoy toca hacer, un acto de desagravio con uno de ellos, entre otras cosas porque es un doble héroe, en primer lugar, héroe por combatir contra cien enemigos a la vez y salir vencedor del combate, y en segundo lugar por mantener la cabeza alta y la dignidad integra, cuando a raíz de eso es perseguido, encarcelado y difamado por el sistema mas corrupto y tiránico que a padecido España.
Estas aseveraciones que hago , les resultaran chocantes y en franca oposición a lo que se ha publicado sobre este asunto por la prensa y medios de comunicación, esclavos del sistema, que fieles y obedientes a sus amos, fueron modificando la noticia hasta hacernos creer (solo a los bobos, que desgraciadamente son muchos) que Josue era una especie de monstruo, que salio ese día de su cuartel, ávido de sangre inocente de modélicos estudiantes jovencitos ( en realidad auténticos hijos de puta, delincuentes, drogadictos , asesinos y lameculos del sistema actual de corrupción).

Los hechos que acabaron, con la muerte, del delincuente antifascista, “el pollo”, perdida por otra parte, que les garantizo no ha hecho ningún daño a la sociedad, mas bien ayudo a que esta sea algo mejor.
El susodicho pollo, reunió a una banda, mas bien horda, de entre otros 50 a 100 delincuentes de extrema izquierda, armados con todo tipo de armas,  navajas , palos , puños americanos (algunos de estos se ven en los primeros vídeos



de las televisiones, que posteriormente fueron censurados por “los medios”) y se introdujeron en el metro con la intención de cazar enemigos (cualquiera que para ellos tuviera pinta de facha) y en ultimo extremo, reventar una manifestación legalmente autorizada. Todos ellos acaudillados por el tal pollo, que tenia a gala, dar palizas a contrarios políticos, y de hecho tenia un blog en el que exponía fotografías de sus victimas y alardeaba, incluso de lo que les había robado mientras los golpeaba. Por supuesto a los pocos días la página desapareció y a nuestra “impecable y esforzada prensa” se le pasó desapercibida dicha página. Y los pocos medios que la expusieron rápidamente fueron reprendidos y cesaron en su díscola actitud, de contar la verdad sobre lo que ocurrió aquella tarde y sobre quien era quien .
 
Nuestro héroe, por otro lado, viajaba en el metro, por cierto que cuando todo ocurrió , acababa de ceder el asiento a una señora mayor, cosa que se contrapone con sus agresores, que se colaron en el metro y ya habían realizado destrozos y amenazado a varios transeúntes, por el mero hecho de recriminarles su actitud. (Esto también se les paso a los media mas, que tampoco exhibieron las imágenes de dichos actos vandálicos.
Se conoce que solo había una cámara de televisión en todo el metro.

Pues bien, en una de las paradas del tren, Josue, ve entrar a la horda de delincuentes, y ya sabe que el será la victima si no lo remedia, la chusma a apostado gente a la altura de todos los vagones y antes de que pare el convoy ya lo han detectado, muy  posiblemente desde la estación anterior, a pesar de no llevar ninguna señal externa de simbología alguna salvo, el ir bien vestido, supongo.
Muy envalentonados por la diferencia numérica, rodean al joven Josue, no sin antes bloquear las puertas de tren para poder entrar todos, ya se sabe los cincuenta primeros no eran suficientes para infundirles valor, y necesitaban que entraran todos los demás.
Es entonces cuando empieza el show, la chusma empieza a esgrimir navajas , puños americanos , etc.. de forma ostentosa para atemorizar a su victima, y es entonces cuando el maestro de ceremonias de estos payasos cobardes, empieza su numerito encarándose a su victima con la intención de robarle la chaqueta, que luego exhibiría como trofeo en su pagina y darle la correspondiente paliza ó incluso matarle.
Pero esta vez se han equivocado de victima, han contado mal y lo pagan. No están ante un joven normal, están ante un soldado español, un soldado de la vieja escuela, digno de los tercios, antes se dejara matar, que rendirse a la chusma y contraataca,.
La chusma atemorizada por la reacción, huye despavorida ante la defensa del soldado español y abandona el vagón de forma vergonzosa.
Una vez pasados los primeros momentos de pánico vuelven a la carga , pero lo hacen como los cobardes que son, intentan golpearle a distancia, sin atreverse a plantarle cara como hombres, en estas circunstancias nuestro héroe sabe que no podrá aguantar mucho tiempo, por lo que decide escapar realizando una carga contra la chusma, la carga resulta exitosa por lo que queda libre su camino hacia la calle.
Es entonces cuando comete el error que pudo costarle la vida, detecta una pareja de policías municipales y se dirige hacia ellos para solicitar socorro, pensando que todo el que viste un uniforme es digno de llevarlo.
La chusma que le persigue de cerca se deshace rápidamente de los policías e intenta linchar a Josue, aunque se defiende como puede, al final recibe una enorme paliza que no acaba en su muerte, gracias a la composición de la chusma, ebrios, drogados  y cobardes, se pegan entre ellos mismos, para poder llegar a Josue que esta literalmente cubierto de energúmenos, que no disponen de espacio suficiente para propinarle golpes realmente duros.
La batalla concluye con la llegada de refuerzos policiales. Es entonces cuando comienza el calvario de nuestro héroe, el sistema político que padecemos, empieza a mover sus engranajes, hay que darle la vuelta a las cosas, sea como sea, el agredido debe de quedar como agresor, y el atacante como victima inofensiva,. El rasputin español Rubalcaba lo deja muy claro, el muerto “era de los nuestros”, dice, y manos a la obra. Se impide la declaración de los vigilantes jurados del metro, se ordena a las cadenas de televisión que retiren las imágenes que demuestran lo que paso, se borran las cintas que demuestran que la chusma es en realidad una partida de caza humana, se impide el acceso de pruebas a la defensa, se le mantiene tan solo una hora en observación medica, a pesar de que esta a punto de perder un ojo y apenas se mantiene en pie. Se le acusa de Nazi sin que esto quede demostrado en ningún sitio, y por otro lado, se empieza a lavar, la imagen del pollo, se le retira la pagina donde exhibía sus delitos , se empieza a vender la imagen de su madre, como la de una victima , cuando nos consta que ni se hablaban, se prohíbe a la prensa hablar de sus numerosos antecedentes penales y policiales y nadie ni las vedetes del grupo 30. Se implican lo mas mínimo en investigar lo sucedido.
No acaba aquí, el infierno de Josue, tras ser juzgado y condenado injustamente, sigue su persecución en la cárcel, traslados ilegales debidos a “errores” administrativos, prohibición de correspondencia, etc.
Hasta los delincuentes comunes son más honestos que los verdugos de Josue, que intentan indisponerle en contra de los demás presos sin conseguirlo.

Actualmente esta pendiente su causa, en el tribunal de Estrasburgo, esperemos que aunque tarde , se acabe haciendo justicia.
 A pesar de todo nuestro héroe Josue, me consta que sigue creyendo en la verdad, en la dignidad del hombre, y en su patria. Por eso le doy el titulo de doble héroe. Y uno mi grito, junto al de cada vez mas españoles de ¡¡¡JUSTICIA PARA JOSUE!!!


Fdo Manuel Maqueda

Pongo un enlace de otro blog, en el que nos apunta un poco la personalidad del democratico pollo
http://www.caballerozp.com/2009/05/la-verdad-sobre-carlos-palomino-alias.html
   


miércoles, 6 de noviembre de 2013

EL TUNEL DE LA MUERTE

Traigo un documento de manos del MCE, de otro episodio de la memoria histórica, que durante el Franquismo, fue semiocultado con la vana intención de contribuir con su olvido a la reconciliación de los dos bandos, y digo vana intención, porque esta claro que los izquierdistas españoles ni quisieron ni quieren reconciliarse, su obsesión, como antaño, es la de fraccionar a los españoles y lavarse las manos del río de sangre con el que tienen manchadas las manos, lo triste del asunto, es que cuentan con el silencio de la cobarde derecha española, preocupada mas en corromperse y en alcanzar mayores cuotas de poder, que en la Patria que dicen defender, y que están llevando a la ruina junto a su pueblo.

El quinto regimiento comunista, monto una falsa red de socorro dentro de Madrid para convencer a los incautos de que era posible escapar de la represión roja, previo pago , claro esta, de enormes cantidades de dinero y joyas, los incautos que cayeron en ella fueron expoliados y asesinados en las cercanías del frente, cuando pensaban que estaban a punto de  alcanzar la libertad.
Conforme iban llegando las victimas a una pequeña casa, que daba entrada a una bodega con largas galerías y que a su vez, servía al ‘Jefe de información de la Brigada’ como oficina de recaudación y evacuación, se les introducía a su interior con él animo de interrogarles de inmediato y posteriormente torturarlas en presencia de un comandante, de varios oficiales y algunos milicianos. 
. Una vez que entregaban cuanto tenían, eran asesinados sin piedad. Alguno consiguió escribir con la hebilla de su cinturón en el cemento: “Me han preparado una encerrona y traído a esta casa con otros quince más, espero nos fusilarán, cúmplase la voluntad de Dios. Manuel Toll Messía, Carbonero y Sol 4 Madrid”



Entre los 67 asesinados había varios aristócratas, como el marqués de Fontalba y su hijo Pepe Hoces y Cubas, de 20 años; dos hijos del marqués de Urquijo, don Estanislao y don Santiago; el marqués de Peramán; don Fernando Díaz de Mendoza, marqués de Fontanar, hijo del glorioso actor; el señor Navarrete, hermano del ex director del Banco Español de Crédito; los cinco hermanos Méndez y González Valdés; don José Duque de Estrada y Moreno, decimotercero marqués de Casa Estrada, hijo de la marquesa de Villaparies, de la aristocracia sevillana, joven e impetuoso propagandista de la Causa nacional, afiliado al grupo albiñanista; el fiscal del Tribunal de Casación de Cataluña, señor González Prieto, y su hijo; el señor García Conde, hermano del actual (1939) embajador de España en Roma; el señor Covián y Frera, hermano del actual (1939) presidente de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Madrid; don Daniel Bonilla Sanmartín; un canónigo madrileño, y tantas otras personalidades que cayeron víctimas del crimen más alevoso e indignante que se puede concebir.

Casi todos los que huyeron lo hicieron con sus alhajas y cuanto pudieron poner a salvo, pues se les garantizaba el paso de todo. Abandonaron las Embajadas, donde estaban refugiados, en ambulancias de la Cruz Roja, y ya no se supo más de ellos hasta que entraron las tropas nacionales.

Los responsables no fueron unos poquitos, como suele suceder. El sector estaba guardado por la 36 Brigada Mixta del Ejército Rojo, con un comandante del Quinto Regimiento al frente, Justo López de la Fuente, que continuó con sus fechorías durante la guerra y en la Segunda Guerra Mundial, llegando a entrar otra vez en España para reconstituir el Partido Comunista en Madrid, cuando fue detenido y juzgado, muriendo por causas naturales en prisión, a los 3 años de haber sido detenido, en 1967.

El siniestro túnel se ha convertido en cripta funeraria y sobre el terreno se alzó tras la guerra el Colegio de Nuestra Señora de la Providencia, regentado por las Hermanas Teatinas.


Manuel Maqueda

lunes, 4 de noviembre de 2013

LOS ESCLAVOS DEL VALLE

Hoy traigo a colación un interesantisimo articulo, publicado en el diario libre digital, SIERRA NORTE DIGITAL , firmado por Pablo Linares, en el se nos dan unas pinceladas sobre la vida de los presos durante la construcción del Valle de los Caídos.
En este escrito, se derrumban, gran cantidad de mitos sobre la misma, que la torticera izquierda, se empeña en difundir sin la menor base histórica.
El valor de este escrito, esta precisamente en que el que lo hace es un hombre de izquierdas supuestamente encarcelado como preso político.


El último preso del Valle de los Caídos
04/11/2013 |  Cartas al Director


Miguel Rodríguez Gutiérrez nació en 1924 en la localidad de Romancos, provincia de Guadalajara. Hombre de izquierdas, en su juventud anduvo involucrado en diferentes incidentes de tipo político, sobretodo en los primeros años de la posguerra. En 1942 ingresa en la prisión provincial de Madrid para el cumplimiento de una condena que él siempre calificó de política y que, como veremos más adelante, no fue así ni mucho menos.





De la prisión provincial pasó en 1944 a la recién inaugurada prisión de Carabanchel de la que  es conducido poco después a la de Yeserías, también en Madrid, de donde estuvo a punto de ser trasladado años más tarde (1947) una vez más al penal del Puerto de Santa María, uno de los más temidos por la población reclusa española.

Sin embargo, este traslado no llegó a producirse, ya que el recluso consiguió recomendación y enchufe para ser trasladado al “Destacamento penal de Cuelgamuros”. Como él mismo narra en su libro “El último preso del Valle de los Caídos”, páginas 109 y 110, conoció en Yeserías a dos hermanos que cumplían condena por su pertenencia en los primeros años de la posguerra al “maquis”.

Dice Miguel Rodríguez:

“Fermín y su hermano Carlos, se habían alistado en el maquis para luchar por la causa que su padre había defendido en las trincheras y frentes de combate, cuando ellos solamente eran unos niños. Ahora al creerse unos hombres habían empuñado las armas, con más ardor y entusiasmo que éxito.

La J. S. U. del Penal de San Miguel de los Reyes, había dado a Fermín mi “contacto”. Por lo que inmediatamente nos hicimos grandes amigos, al que expuse todas mis cuitas y muy especialmente lo sucedido con “El Pistolita”, y mis grandes temores de que cualquier día fuera trasladado al Puerto de Santa María. Fermín me dijo que un tío carnal suyo era el Jefe del Destacamento Penal de Cuelgamuros. Por lo que esperaba que lo visitase y le pediría me trasladasen a dicho destacamento penal.
Así fue como un buen día, me llamaron a Jefatura, para comunicarme que sería trasladado al Valle de los Caídos.

Yo recibí una gran alegría, e inmediatamente marché a comunicárselo a Fermín. El cual se alegró mucho, tanto por lo que para mí suponía, como por el caso que su tío le había hecho a la petición de que gestionase mi traslado al mencionado destacamento donde él era Jefe.

Después de ver a Fermín me fui a localizar algún preso del hospital o galerías ordinarias que hubiera estado en este destacamento y me contase cómo era la vida allí. Pronto di con un muchacho anarquista, que me puso al corriente de todo. Me dijo, allí se gozaba de mucha libertad, se podía estudiar mucho y bien. Al mismo tiempo que se podía ganar una peseta trabajando en las obras del Valle de los Caídos.

Portada del libro de Miguel Rodriguez
Como es de suponer, puse mi inminente traslado en conocimiento de la dirección de la J. S. U. Tanto por disciplina, como para que se me diese el contacto en el Valle. La organización me dio el nombre del camarada que había de ponerme en contacto. Este era un tal Lejarazu, perteneciente al Partido Comunista, ya que la J. S. U. no existía en el Valle de los Caídos. Precisamente una de las tareas que se me encomendaban era la creación de las mismas. Advirtiéndome del serio peligro que corría con este trabajo, porque cuantos camaradas lo habían intentado, habían sido descubiertos y mandados a la cárcel con la correspondiente anotación en sus expedientes, de notas desfavorables, que le impedían volver a salir o redimir pena por el trabajo.”

Como vemos, el propio protagonista de la historia reconoce, sin sonrojo, que su ingreso como penado en Cuelgamuros se produce gracias a una recomendación. Tampoco esconde su alegría por este hecho.




En páginas siguientes de la misma obra (122-125), encontramos como Miguel Rodríguez Gutiérrez (en seguida conocido como “Miguelín” por el resto de reclusos de Cuelgamuros), nos narra con todo lujo de detalles como fue su ingreso en Cuelgamuros, en el destacamento penal de Molán, que era el encargado de la construcción del monasterio (lo que hoy es la hospedería). En este relato el protagonista, seguramente sin pretenderlo, derriba buena parte de los mitos y leyendas que rodearon desde entonces y aún hasta nuestros días la construcción del monumento. Nos cuenta su sorpresa ante el agradable ambiente que se respiraba en las obras, de la buena relación entre obreros penados y obreros libres, la riqueza de la alimentación de los obreros (de nuevo presos y libres),de las condiciones de semi-libertad de los penados y de lo más que superficial de las medidas de seguridad en prevención de posibles fugas.

Dejemos una vez más, que sea el propio Miguel el que nos lo cuente a través de la transcripción de las citadas páginas, y que cada uno saque sus propias conclusiones.

“He querido relatar lo anterior antes de proseguir mi narración, de mi llegada y vida en el Valle de los Caídos, no para predisponer el lector, si no para que tenga un conocimiento, del medio en donde van a ser relatados con escrupulosa realidad los hechos que me acontecieron, en la construcción de la ciclópea obra faraónica de la dictadura franquista, y que por azar del destino me convirtió en “EL ULTIMO PRESO DEL VALLE DE LOS CAÍDOS”.

Prosigamos, pues nuestro relato:

Nos habíamos quedado describiendo la mísera oficina del destacamento donde había sido destinado. Decíamos que había una máquina de escribir en el ángulo que formaba la pared con la mesa del Jefe del Destacamento. Otras dos mesas situadas enfrente de esta del Jefe, estaba ocupada por una persona, que cuando entramos en la oficina me presentó el Jefe del Destacamento. Se trataba de un penado que hacía las veces de barbero y escribiente y en cuya compañía me dejó el Jefe, mientras él se introducía por la puerta de la oficina que daba acceso a su vivienda.

Isidro, que así se llamaba el preso, era moreno, de pelo rizado y bien cuidado, me invitó a pasar al barracón de los penados, para mostrármelo. Para pasar a éste había que bajar dos escalones.

El barracón estaba constituido por una sola nave. Al principio y al fondo de las mismas se encontraban las letrinas.

Considero que tendría el barracón unos ocho metros de anchura por unos veinte de largo, por dos cincuenta de altura, rematado por un techo de cielo raso, que cubría la uralita del edificio, constituyendo este frágil techo la “única cámara” que guardaba a los presos de los rigores de la sierra del Guadarrama, en donde en el invierno se alcanzan muchas veces temperaturas de bajo cero.

En las paredes laterales y en el centro de la nave, se hallaban instaladas las literas, donde dormían los reclusos. Las literas constaban de dos pisos, eran de madera, sobre el lecho de las mismas unas cuerdas de tomiza hacían de colchón.

Isidro, mientras me iba mostrando el barracón, conversaba con algunos condenados, que sentados en sus camas, bien, escribían, comían o leían. Al bajar un escalón que había sobre el centro de la nave, en el lateral izquierdo de la oficina, Isidro me asignó el sitio que sería mi dormitorio en la parte superior de la litera.

El sitio me gustó, ya que tenía una ventana —sin rejas, pero con una tela metálica— que dejaba entrar la luz a raudales y daba justamente frente a la roca donde después se elevaría la gigantesca Cruz del Valle de los Caídos.

El sitio también resultaba cómodo, ya que tenía libre acceso a la cama sin tener que pisar sobre la cama del compañero que habitaba el lugar bajo de la litera, como ocurría con el resto de las literas. Como estaba situado en el escalón que formaba el barracón, quería decir que la distancia del suelo a la cama no era superior a ochenta centímetros, como tenía una ventana, la separación entre litera y litera, era aproximadamente de un metro, lo que dejaba un pasillo comodísimo entre ambas, no como ocurría con las otras literas que la separación era justamente para dar paso a una persona no muy gruesa.

Mientras nos hallábamos en estos menesteres, sonó el silbato, como el que usan los árbitros en los partidos de fútbol. Sonando insistentemente, como si el que tocase anunciara el final del partido.

—   Vamos a cenar —me dijo Isidro— ese toque que oyes es para ir al comedor.

—   No tengo apetito —le repliqué—. Mi familia me ha dado un poco de comida, por lo que comeré aquí sobre mi cama.

—Debes ir obligatoriamente al comedor, ya que allí el guardián efectúa un recuento —me insinuó Isidro.

Así que me fui al comedor acompañado de este penado, primero que conocía en el Destacamento y que me resultaba un tanto antipático. Su dentadura postiza, de no muy antiguo uso, hacía que al hablar mascullara las palabras unido a su tez cetrina y rasgos físicos escuálidos, le daban un carácter serio y agitanado.

Salimos al barracón por la parte posterior del mismo donde habíamos entrado. Un hall con arco de medio punto, separaban el barracón de una vivienda ocupada, por un capataz de la empresa, llamado Paco, y que tan decisivo papel iba a jugar en la fuga de Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana Lamana, que en su momento relataremos.

Una vez en la explanada o calle, torcimos a la mano derecha, pasamos una rinconada, que formaba la vivienda de Paco y Guillermo, el chófer que me había traído desde el cruce de el Jaral, hasta el Destacamento.

Una calle a la derecha, por la que enfilamos hacia el centro de la misma donde se hallaba el comedor.

El comedor era una sala grande, no tanto como el barracón, pero muy bien iluminada, tanto por la luz eléctrica como por ocho ventanales que tenía en su parte derecha.

Las mesas eran tablas corridas, transversales a las naves, que tenían por asiento unos bancos rústicos de madera, hechos con trozos del mismo material.Me acomodé a la entrada, sirviéndome la pared de respaldo. Era pasto de la mirada de todos los presos, que entraban en el comedor o que ya se hallaban sentados en espera de que fuera servida la cena.

Yo también los miraba a ellos, por si entre estos hubiera alguno que yo conociera de otras prisiones. Pero… no, no había ningún conocido.
Entonces me puse a ver si reconocía a mi “contacto”, Lejarazu, que así se llamaba éste, tampoco me era conocido. Quizá dejándome llevar un poco por la fantasía y otro poco por el concepto que yo tenía de los comunistas, podría dibujar en mi mente la figura de éste. Pero no, por mucho que hacía por coordinar, físico, ademanes y comportamientos, no pude descubrir a mi camarada. Tuve que dejarlo todo a las reglas inmutables de la clandestinidad. El sería el que se pondría en contacto conmigo, porque ya tenía conocimiento de mi llegada. Yo no debía preguntar a nadie absolutamente, porque si no lo hacía así descubriría inmediatamente mi identidad ideológica, tanto para los penados, como para los guardianes. Yo tendría que permanecer indiferente a todo, si alguno me preguntaba de que prisión procedía y si conocía a fulanito de tal, yo tendría que decirle que no, aunque lo conociese. No podría prestarme a ser descubierto. Solamente a Lejarazu, cuando se acercara a mí y me dijera la consigna, me “descubriría” a él.

Pronto el comedor se hubo llenado. Observé que todos vestían correctamente, muy pocos llevaban el uniforme de penado. Iban muy bien peinados, sus ropas eran limpias y aseadas, sus rostros afeitados y colorados les daban un aire saludable.

De pronto todos se pusieron en pie, un silencio sustituyó a los murmullos, que antes invadían el comedor. Por la puerta opuesta a la de la entrada, quedaba o comunicaba con la cocina, apareció un guardián cojo, casi calvo, sonriente, con una sonrisa cínica que le cogía de oreja a oreja, que como dos soplillos tenía.

Comenzó el recuento, al llegar a mí me preguntó, si yo era el nuevo, que tal lo había pasado en Yeserías. Bien —le contesté.

Finalizó el recuento. Dio unas palmadas, no sin antes preguntar si alguien había visto a Lejarazu. Una voz del centro le contestó: ¡Lejarazu, se ha quedado en la cama, está enfermo!
Comenzó el reparto de la cena. Esta estaba compuesta por patatas con carne. Tenía buen aspecto y su olor era agradable.
El reparto se hacía por mesas, depositando con un cazo cuanta se solicitaba en el plato que el penado presentaba. Observé, como las botas de vino estaban al orden del día. También me extrañó que muchos penados pidieran comida para su familia, bien en un plato o en otro que exhibían. Es decir, servían hasta dos platos, colmados hasta arriba. Aquello era inaudito para mí. Por lo que pregunté al compañero de mesa a que obedecía esta generosidad. Mi compañero me dijo, que en una vivienda que había frente al barracón, al pie del risco donde se instalaría la Cruz, vivían hasta quince familias de presos, que habían venido a visitarlos de los más diversos lugares de España, pasando junto a estos hasta un mes.

No comprendía muy bien aquello, y como mi compañero, parecía darme pábulo para que le preguntara. Entonces le dije: ¿Quieres explicarme bien todo esto? —Con mucho gusto, me dijo.

Debidamente autorizados, por el Arquitecto-Director de las obras, Pedro Muguruza, del Jefe del Destacamento, don Amos, y del Encargado General de la Empresa Estudios y Construcciones Molán —concesionaria de las obras de construcción del Monasterio, señor Emilio—. Se ha construido una vivienda, que consta de quince habitaciones y una cocina común, para que en ella pueden pernoctar los penados y familiares por espacio de quince días o un mes, cuando son visitados por estos. Dado que aquí en plena sierra, solamente existen edificaciones concernientes a las obras y ninguna de carácter privado. Por lo que las familias en visita no pueden albergarse. Dado que el pueblo más próximo está a ocho o diez kilómetros de aquí resultaría penosísimo el hacer un viaje tan largo y costoso, para sólo permanecer unas horas junto a los presos.

También ha sido autorizado a crear huertos, donde los presos pueden cultivar legumbres, tomates, pepinos, etcétera.
Seguía sin entender nada por mi parte. ¿Cómo era posible aquello que me contaba? Tenía que haber un error. No podía ser, que el preso estuviera pernoctando fuera del recinto carcelario. Durmiendo con su mujer, durmiendo junto a sus hijos. ¡Imposible, decía yo! ¡Este compañero me está tomando el cabello!

Si yo había oído a un obispo en la prisión que “el preso no tiene ni derecho al aire que respira”. ¿Cómo podía ser aquello?
Mi compañero me dijo si quería tomar una copa de vino, en un economato que había contiguo al comedor.
Vamos —le dije—. Iba de sorpresa en sorpresa desde aquella mañana que había abandonado Yeserías. Comenzaba un nuevo mundo para mí. Los límites estrechos de la prisión se habían terminado. Surgía a una nueva vida a la que me sería un tanto difícil el adaptarme. Yo que como había dicho mi abogado defensor, había entrado en la cárcel, niño y casi inocente, salía a la realidad condicionada de la vida, sin experiencia y con unos traumas que me iban a ser muy difíciles el remontar.

Nos fuimos al economato a tomar la copa de vino. El economato con un mostrador en el centro era grande y espacioso. Mesas con banquetas servían a los contertulios, para degustar tanto el vino, como una copa de alcohol o jugar a las cartas.

El ambiente era agradable, me recordaba mucho a la taberna del tío Benito o del tío Isidro, de mi pueblo.
Mi compañero pidió una copa de vino, nos fue servida por una muchacha, llamada Tere, sobrina de Domingo, encargado del economato —también penado—. Mientras nos bebíamos la copa, mi compañero me fue diciendo, que allí también había “libres”. Es decir, hombres que trabajaban en las obras, que vivían en Madrid o pueblos comarcanos con el Destacamento, o que habían estado presos y al salir en libertad, se habían quedado a trabajar allí, por miedo a la represión de que pudie­ran ser objeto en su pueblo, o por carecer de familiares o trabajo en otros lu­gares.
La animación era extraordinaria, presos y “libres” conversaban animadamente, las incidencias de la jornada laboral.
Nunca he sido partidario de bares y tabernas. Aquello estaba bien como curiosidad o novedad. Pero nunca sería para mí un lugar de frecuencia.”



 Documento perteneciente al archivo de la ADVC, con el listado de los presos del destacamento penal al que pertenecía Miguel Rodríguez,  cuyo nombre podemos observar en el listado con el número 104.

Como dato importante hemos de manifestar que a pesar de lo atestiguado por el protagonista de esta clarificadora obra, en el sentido de que el mismo cumplía condena por su pertenencia durante los últimos meses de la guerra y en los años inmediatamente posteriores a la misma a las J.S.U.C (Juventudes Socialistas Unificadas), la realidad que hemos podido descubrir y contrastar es que el realidad Miguel Rodríguez Gutiérrez, en realidad cumplía condena por el horrible delito de asesinar al hermano falangista de su novia, quien se oponía a la relación amorosa de ésta con Miguel.

Es decir, Miguel Rodríguez Gutiérrez no estuvo en el Valle como preso político, si no como presó común por delito de asesinato.
Miguel Rodríguez Gutiérrez permaneció en las obras del Valle de los Caídos como escribiente de la oficina del destacamento penal de Molán hasta Junio de 1950, cuando se prescindió de la mano de obra penada. Posteriormente trabajó en otro destacamento penal en Fuencarral (Madrid), donde gracias al tiempo redimido en el Valle de los Caídos, consiguió casi inmediatamente la libertad.

Como éste caso hay muchos…

Pablo Linares