La batalla de Covadonga
Alqama entró en Asturias con 187.000 hombres . Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de una cueva. El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló así a Rodrigo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?». El interpelado se asomó a una ventana y respondió: «Aquí estoy». El obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó: «Verdaderamente, así está escrito». [...] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos [...]. Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se levantaron los fundíbulos, se prepararon las ondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que la disparaban y mataban a los caldeos. Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los caldeos emprendieron la fuga...
Don pelayo

Pelayo era un espatario. Un miembro de la Guardia del Rey Caudillo visigodo. Los primeros soldados de España. Combatió en Guadalete al lado de Rodrigo y perdió. Allí, en Guadalete, vio la traición de los suyos, de los que se llamaron los viticianos y no la olvidó. Oppas, un arzobispo, era el nombre de uno de los traidores y no lo olvidó.
Después de Guadalete Pelayo marcha hacia el Norte. A territorio astur. Allí tendrán lugar los hechos que harán de este espatario y de su voluntad un elemento decisivo en la historia de nuestro pueblo y de nuestra nación.
El territorio en el que Pelayo marcha a vivir cae bajo el control de un Gobernador moro: Munuza. Puede que incluso Pelayo se moviera durante un tiempo en el ambiente pactista porque Munuza conoce a su hermana, Adosinda, se enamora de ella y para forzarla al matrimonio secuestra a Pelayo y lo envía como rehén a Córdoba.
Pelayo logra fugarse, volver a su tierra e impedir el matrimonio de su hermana con el moro. Ha empezado la rebelión. Pelayo sigue una vieja tradición de los luchadores hispanos y se echa al monte. Mientras, continúa en todo el territorio el pactismo con el Islam.

La rebelión crece. Poco a poco. Llega a ser preocupante y superar las posibilidades de control del Gobernador Munuza. Los moros tienen que organizar una expedición de castigo contra los insurrectos. A su mando un moro de nombre Alqama. Y entre sus miembros un viejo traidor a España que Pelayo no había olvidado: Oppas.
Pelayo sabe que no hay posibilidad de combatir en campo abierto. Los moros son muchos más que los combatientes cristianos. Pero Pelayo está decidido a resistir. Conoce el terreno y planea la emboscada no sin unir su plan al de la providencia: el centro de la emboscada será una cueva donde se rinde culto a la Virgen María. Una cueva elevada sobre el terreno. Cova Dominica la llaman, o Cova de la Señora : Covadonga.
Alqama sigue a los guerrileros. Envía a Oppas, el arzobispo traidor, a convencer a Pelayo de que se rinda. La respuesta es no. Pelayo regresa a la Cueva, sabe que la lucha es ya inevitable y cuando mira al cielo le parece ver una brillante cruz de color rojo. Se lo cuenta a un ermitaño que habitaba en la cueva. Al poco rato el ermitaño entrega a Pelayo una Cruz echa con palos de Roble y le dice: “He aquí la señal de la victoria”. Es la hora de la batalla.
Pelayo se hace fuerte en la Cueva. Alqama, que está a los pies de Covadonga, se siente seguro de una victoria fácil. Da la orden a sus arqueros y miles de flechas se levantan contra el cielo dirigidas hacia la cueva sagrada. Golpean contra las paredes de la montaña y rebotan, otras ni siquiera llegan a la altura de la cueva y unas y otras caen sobre quienes las lanzaron. Mientras Pelayo, con un grupo de hombres, se hace fuerte en la cueva y ordena a sus guerrilleros, escondidos en la montaña y protegidos por rocas y árboles, que arrojen contra los moros cientos de flechas y piedras. Los moros de desorganizan. El terreno estrecho no les deja moverse. Sus propias flechas y las flechas y las piedras de los hispanos les causan bajas por centenares.

Los cristianos habían vencido a los moros por primera vez en España. En poco tiempo vendría la segunda victoria, en el Valle de Olalíes, donde Pelayo sorprende la huida de Munuza con sus tropas y vuelve a derrotar a los moros.
Pelayo, el espatario, fue la rebelión, el levantamiento y la victoria que tuvo lugar en Covadonga el 28 de Mayo del año 722.
Reinó 18 años más. Acosado muchas veces por los moros siempre los rechazó. Murió en el año 737 y descansa en Covadonga. Y aquella Cruz de Roble, cubierta después de piedras preciosas, se guarda desde entonces con el nombre de Cruz de la Victoria.
Eduardo Arias
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